Análisis de Tunic
7 abril, 2022Es complicado empezar a escribir sobre Tunic sin mencionar la franquicia de juegos de acción y aventura protagonizadas por un muchachito de orejas picudas que ha servido de referencia para tantísimos otros juegos por mucho que a muchos les duela aceptarlo. Así que hagámoslo, por esta vez, fácil. Tunic es un juego que toma múltiples referencias obvias, y la más visible y la que más destaca a simple vista es The Legend of Zelda. El primero y original de NES, concretamente.
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Y es que aunque todo lo que vemos evoque la sensación de estar ante una de las entregas añejas de Link, donde realmente sentimos que Zelda es uno de los pilares donde se asienta este Tunic, es en sus primeros compases cuando tomamos control de un personaje totalmente desarmado e indefenso y sin ninguna directriz de hacia donde encaminar nuestros pasos donde se nos llena el pecho de ese “aroma” de aventura. Así pues, avanzamos por donde nos pide el cuerpo hasta que encontramos nuestra primera herramienta de matar, que no es una espada que nos da un yayo en una cueva, no. Es un puñetero palo. Un palo que no hace particularmente mucho daño, pero que sirve como preparación para el segundo pilar sobre el que se asienta la jugabilidad de Tunic, que no es otro que esa influencia que tantísimo ha permeado en multitud de géneros durante la última década. Os hablo, claro, de los Souls.
Estamos medianamente indefensos ante prácticamente cualquier enemigo, y más nos vale aprender rapidito a esquivar los golpes y gestionar nuestra estamina si queremos aguantar vivos lo suficiente como para encontrar la siguiente estatua de la diosa, que funciona, lo habéis adivinado, igual que las hogueras de Dark Souls. Y no se quedan ahí las ideas que se toman prestadas de la saga parida por el Miyazaki bueno. Botellas para reponer nuestra vida, frames de invencibilidad en la esquiva y un menú que no pausa la acción mientras gestionamos nuestro equipo ¿Podemos decir entonces que Tunic es una mezcla entre Zelda y Dark Souls? Podemos, claro, pero nos estaríamos dejando el elemento que posiblemente hace Tunic especial.
Hemos dicho previamente que Tunic no da direcciones, y no es del todo cierto. Tunic tiene un lenguaje interno construido a base de runas y que necesita que deduzcas lo que dice por el contexto, que en muchos casos será poco. Y no os creáis que este lenguaje es solo para los diálogos y los carteles, no. También está en los menús de equipamiento del propio juego. Pero, y creo que aquí está el toque de genialidad del título, existe otro modo, el principal, con el que Tunic nos guía a lo largo de los objetivos de la aventura. Os hablo del manual. Ese manual que hasta hace algunas generaciones venía con los juegos y que desgraciadamente es ahora una rareza, Tunic lo usa como un objeto del propio juego que nos ayuda y nos da pistas sobre nuestros próximos objetivos. Y es jodidamente genial, porque aunque también está escrito con una mezcla entre nuestro idioma y el del juego, se entiende a la perfección, funcionando como log de las misiones y como homenaje a una tradición tristemente pérdida.
Navegar por los escenarios, además, es una delicia porque el control es muy fino y el diseño de cada zona, muy deudor también de los Souls, juega con los atajos y las interconexiones entre puntos en principio muy lejanos del mapa, y a esto le añade el truco de esconder ciertos caminos con la propia perspectiva isométrica, provocando que se nos escape ese “guau” cuando descubrimos que no es que hayamos abierto un atajo, es que siempre ha estado ahí pero no supimos verlo hasta que el propio desarrollo del juego nos ha llevado a verlo.
Y es que “especial” es la palabra que se me viene a la cabeza cada vez que pienso en Tunic. Un juego que toma cosas de aquí y de allá pero las hace suyas y construye cosas nuevas sobre éstas. Un indie que en su mayor parte esta hecho por una sola persona y que, os lo digo desde ya, merece todo el apoyo que podáis darle. Yo por mi parte, pienso seguir de cerca el trabajo de Andrew Shouldice. Algo me dice que nos va a dar más de una alegría.
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