Análisis PS4: AER. Volar a cielo abierto.
16 noviembre, 2017[google-translator]
En un sandbox o en un juego de mundo (medianamente) abierto, siempre he dicho, lo más importante es hacer bien los trayectos, y esto no es fácil. Suele ocurrir con más frecuencia de la que nos gustaría que al cabo de unas pocas misiones de Assassin’s Creed nos sentimos como un mensajero de SEUR, más que como un experimentado y mortal acróbata. Hubo en los comienzos de Xbox 360 un juego, CrackDown, que solucionó esto permitiendo que CASI volemos por el escenario, cada vez más alto, gracias a potenciar nuestro salto. Casi volar.
Volar es, siempre ha sido, uno de los deseos primigenios del ser humano. Ese cascarón metálico que llamamos avión es poco menos que un sucedáneo de la emoción que queremos experimentar. Ser un pájaro. Ser Superman. Ser Goku.
Poco tiempo pasa desde que pulsamos el botón X en nuestra PS4 hasta que estamos volando. Apenas cuatro saltos y dos o tres diálogos. Y con una pulsación Auk se transforma en un ave rapaz que puede recorrer a placer las islas flotantes que componen el mundo de AER. El primer gran, gran acierto del título es sin duda la fluidez y naturalidad con la que cambiamos entre formas y sobrevolamos grácilmente el amplio mapa que está lleno en su mayor parte por… aire. Vamos a pasar mucho tiempo volando para cubrir la distancia entre las islas flotantes, así que agradezcamos que los buenos muchachos de Forgotten Key hayan puesto mucho empeño en que este aspecto sea divertido. Es, de hecho, muy agradable, deshacer la transformación en mitad del trayecto y dejarnos llevar por la inercia de la caída para posteriormente volver a nuestra forma animal y seguir volando. Además, dado que el juego reduce al mínimo su interfaz, nunca habrá una flecha indicándonos donde ir y tendremos que guiarnos por los puntos claves de la geografía y las indicaciones que los lugareños nos brinden cuando les preguntemos cómo se llega al siguiente punto de interés.
Es una pena que fuera de esta mecánica el juego sea francamente genérico en lo jugable. Puzles sencillos, saltos y conversaciones es lo que nos espera entre viaje y viaje buscando los sellos que nos permitan eliminar la oscuridad que se cierne sobre nuestro mundo. Sellos que encontraremos en el interior de templos que debemos resolver sin poder usar nuestra habilidad preferida, salvo el último. Aunque se agradece este cambio de condiciones y estructura, queda una sensación agridulce al pensar en lo bien que le hubiera sentado a los templos el armar sus puzles al rededor de transformarse, volar y dejarse caer, aprovechando la verticalidad de los mismos. Aún así, la falta de originalidad no desmerece el más que correcto planteamiento.
Planteamiento que aunque suena (y es) típico y tópico entra bien gracias a un envoltorio muy bien pensado, con colores planos en tonos pastel y formas básicas, muy armónicas, que huyen del fotorrealismo y que confieren al título un aspecto definitorio, con personalidad y difícilmente confundible. Resulta refrescante que en pleno auge del fotorrealismo, los filtrados bilineales y los anisotrópicos locos los indies apuesten por este tipo de tratamientos visuales, en los que predomina la luz, las formas y la suavidad sobre la cantidad de polígonos o la resolución.
Así pues, AER abraza sin rubores su condición de juego zen, dejándonos una propuesta que si bien no es el colmo de la originalidad, destaca por su mecánica central, muy bien implementada. Es bonito, sincero, sencillo y directo, que es más de lo que otros muchos juegos pueden decir.
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