Rad Rodgers. Los 90 en tu puta cara

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Análisis Ps4

Existe hoy en día una especie de vórtice de la nostalgia. Básicamente, todo aquello que consideramos como parte de nuestra infancia es atraído de forma irremediable y directamente proporcional a su popularidad hacia LA DÉCADA. Los ochenta vaya. Ahora todo es ochentero. El tamagotchi. Los Blanco y Negro Mix. Las Nike con cámara de aire. Los ochenta acabaron por el 98, mas o menos.

Pero ojo. Los que forjamos nuestra personalidad en los eternamente olvidados años noventa, somos los custodios de un legado. De un secreto que está escondido a plena vista. Acercaos, lectores, que al oído, muy bajito os susurraré algo que todos sabemos pero que, parece, nadie quiere oír ni asumir. Los noventa molaban. Y mucho.

En los 90 todo era EXTREMO, RADICAL, DABUTEN. Se buscaba ese tono que hoy en día definimos, Simpsons mediante, como “poochie”, pero que entonces era “molar”.

Rad Rodgers es un claro homenaje, a veces más, a veces menos acertado, a esta tendencia tan de los 90, emulado además bajo un juego de acción con scroll lateral, como aquellos Commander Keen, Duke Nukem, o Jazz Jackrabbit, sustituyendo al musculitos (o roedor verde) de turno por un zagal rubio de nombre latino, Ricardo Rodriguez, pertrechado con un escopeto para administrar tiros bien gordos y bien sonoros que dejan a nuestros enemigos, bastante poco eficientes, todo sea dicho, reducidos a una pulpa granate.

Hasta comienza la aventura del muchacho con una escena en la que mamá nos manda apagar la consola y meternos en la cama para posteriormente ser absorbido al mundo del videojuego al que nos estábamos viciando. Que me aspen si esto no es un homenaje a la apertura de “Las Aventuras del Capitán N”. Y obviamente desde aquí, las referencias van in crescendo.

No es, por tanto, el juego más original del mundo pero es francamente resultón, con modelados muy expresivos y agradables a la vista, y animaciones correctas. El control responde justo como esperaríamos de cualquier juego de la época, y el repertorio de movimientos es básico pero efectivo. Saltar, disparar en varias direcciones, y de vez en cuando usar algún movimiento especial. Eso sí, mientras recorremos los escenarios nuestro protagonista se pasa la partida “flipando” al grito de “Wow!”, “Rad!”, “Awesome!” mientras que el verdadero roba escenas de la función va soltando chistes verdes a tus espaldas. Os hablo, claro está, de Dusty, una suerte de Super Nintendo viviente con enormes brazos y una boca que da gusto oir. Porque no se trata únicamente de que nuestro sidekick tenga un vocabulario digno del mismo Duke Nukem, es que tiene SU VOZ. John St John se deja oír dando rienda suelta a toda su socarronería, dándonos varios momentos de bastante risa.

Es una pena que las secciones jugables en las que este Dusty es el protagonista, pequeños segmentos de cada fase en los que normalmente reparamos bugs del videojuego en el que estamos atrapados, no funcionen igual de bien que el resto del conjunto, ya que el control de nuestro deslenguado amigo deja que desear. Al final estas zonas, planteadas como pequeñas rupturas de la dinámica principal para “desengrasar”, se convierten en trámites más tediosos que otra cosa.

Fuera de estos puntos débiles, el juego es sólido y divertido, aunque tras varias horas jugadas nuestra nostalgia noventera se endurecerá y lo que antes resultaba efectivo y tapaba la mayor carencia del juego, comienza a dejar ver la realidad, y es que Rad Rodgers es un juego en exceso repetitivo que falla a la hora de introducir nuevas mecánicas para mantener nuestra atención a los mandos. Siendo bienintencionados, podríamos pensar que este es otro de tantos guiños al pasado, pero dejadme ser malpensado por esta vez. Sólo por esta.

Concluyendo, Rad Rodgers es un juego que apunta a un público maduro por sus referencias a otra época, por sus maneras irreverentes y soeces, sin ser consciente de que ese público ahora tiene 20 años más y busca otro tipo de experiencias. Afortunadamente, existe un modo “recortado” para que los que ahora están a punto de dejar atrás la infancia disfruten de un juego poco exigente y sencillo.

Los que miramos a aquella época enjugando las lágrimas en nuestros frondosos bigotes, probablemente sintamos ese escalofrío en la nuca, ese “Los 90 en tu puta cara” durante los primeros compases. Después, una vez más, dejaremos de ser jóvenes.