Análisis Diablo IV
26 junio, 2023La nueva referencia a imitar dentro del género.
Pocas veces he tenido tan claro cual es mi aspirante a GOTY. No lo tenía tan claro desde que paseé por primera vez por las llanuras de Hyrule hace ya 7 años en Breath of the Wild. Esa sorpresa ante un titulo que te devuelve la emoción de jugar a los videojuegos y te aleja de ese hastío que inunda últimamente el mundo del videojuego y provocada por esa sensación de estar jugando continuamente a lo mismo. Diablo IV es la prueba de que un saga puede reinventarse si necesidad de renunciar a sus orígenes, recogiendo y actualizando todo lo que convirtió a Diablo II en un juego inmortal y tomando nota de lo que no funcionó en Diablo III. Blizzard ha tardado once años en pulir la formula que ellos mismos inventaron y han conseguido darle una nueva vuelta de tuerca para revolucionar un genero que parecía no poder dar más de sí.
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Diablo IV nos atrapa como nunca antes lo ha hecho un título de esta saga, y eso es bastante difícil de conseguir. Lo hace gracias al salto evolutivo que Blizzard dado a la jugabilidad del juego. Esta “nueva” jugabilidad se basa en unos pilares que ya estableció la saga hace tiempo. El trabajo que Blizzard hizo con Diablo II sigue intacto a día de hoy. Tenemos 5 clases a elegir con las que iremos desbloqueando habilidades de forma gradual con las que iremos acomodando a nuestro aventurero a nuestra forma de juego. El girito viene cuando ves la inmensidad del árbol de habilidades de cada clase. La cantidad de combinaciones que ofrece es tan brutal que es muy complicado que te cruces con otro jugador cuyo personaje sea igual que el tuyo. Estas habilidades se multiplican cuando alcanzas el nivel 50 en donde el juego desbloquea un nuevo árbol de características. A esto hay que sumarle las que una vez en el “endgame” entran en juego las armas legendarias que podremos ir encontrando y que posen atributos realmente interesantes. Tan importante es este punto que a partir de ese momento nuestras builds comenzarán a girar en torno a este equipo legendario. Pero no solo el árbol de habilidades es enorme sino que cambiarlo para readaptarlo a otra forma de jugar será tan fácil como “desaprenderlas” e invertir los puntos recuperados en otras habilidades con lo que el juego te invita a explorar las distintas vertientes en las que se puede desenvolver un pícaro o un mago. En este punto, y ante tanta facilidad de cambio, es cierto que se echa en falta un sistema de guardado de builds que nos permita volver o cambiarnos entre ellas y así dar aún más versatilidad a nuestro personaje.
De esta gran versatilidad se desprenden unos combates que son absolutamente frenéticos, como nunca antes lo hemos visto en la saga Diablo y donde la combinación de habilidades es indispensable. Gracias al tiempo invertido en construir nuestra build los afrontaremos de maneras distintas. Ningún combate nos parecerá igual. Las oleadas de enemigos, su variedad, su tipo y su orden están controlados de manera perfecta y el juego sabrá cómo ponernos a prueba para que el combate sea siempre un desafío. Tendremos que estar en continuo movimiento, afrontando las oleadas enemigos de la manera adecuada y adaptándonos a un entorno diseñado para ser un enemigo más. Las batallas en las mazmorras se desarrollan tanto en grandes salas donde no hay donde esconderse para recuperar energía, hasta las angostas galerías donde esquivar a los enemigos es tarea imposible. Tendremos que adaptarnos continuamente para sobrevivir. Y cuando crees que lo has visto todo, el juego te saca un nuevo enemigo, un nuevo patrón, un nuevo giro de tuerca en combate que te dejará totalmente descolocado y te obligará a readaptarte al combate. Esta nueva manera de redefinir los combates y enfrentamientos convierten a Diablo IV en todo un generador de dopamina que nos enganchará de manera irremediable al “una mazmorra más y lo dejo”. Y es tan efectivo en ese aspecto que creedme cuando os digo que da hasta miedo.
Otro de los avances del título es que este abraza sin pudor características de MMO. Desde el primer momento compartimos mundo con el resto de jugadores, aunque esto nos trae una de las mayores pegas del juego y que no es otra que la conexión permanente. Viajar por Santuario ahora se convierte en una aventura compartida, tanto si quieres como si no. Mientras lo exploras te cruzaras con otros aventureros que están viviendo su propia aventura. Los veremos deambular por las ciudades, nos cruzaremos con ellos por mazmorras e incluso podremos meternos en eventos que ocurren por el basto mundo de Santuario. Es por esto un juego puramente cooperativo, para nada. Que compartas mundo no significa que compartas aventuras. Salvo que te unas a la partida de otro jugador la presencia de otros jugadores en pantalla no empaña para nada tu partida. Son personajes más que están dentro de Santuario, dan más vida, más color al mundo pero puedes interactuar con ellos solo lo que tu quieras hacer. Y hay mucho que hacer en Santuario.
La última gran novedad es la inclusión del mundo abierto. Santuario es un mundo enorme que esta deseando que lo explores. Desde Blizzard han invertido mucho tiempo en crear un mundo vivo y rico, que siempre premia la curiosidad del aventurero con un nuevo tesoro, un nuevo combate espectacular o un pedazo de su enorme y profundo lore. No hay lugares que recorrer “por qué sí”, todo esta relacionado con la historia principal, una secundaria, una quest o la búsqueda de un objeto legendario que sabemos se spamea en ese lugar. Por si esto fuera poco por todo lo ancho y largo de Santuario tienen lugar cientos de eventos aleatorios a los que podremos unirnos si así lo queremos. Estos eventos serán pequeños combates en los que no solo tendremos que salir airosos de ellos sino que para obtener una mejor recompensa tendremos que superarlos cumpliendo ciertos requisitos mínimos, como superar ciertas oleadas en un tiempo determinado o evitar que algún personaje NPC salga herido. Con tantas cosas por hacer cabría la posibilidad de preguntarnos si con esto la urgencia de cumplir historia principal termine diluida entre tanta misión secundaria, mazmorra y demás eventos. La respuesta a esta pregunta es un rotundo no. Todo lo que sucede en Santuario orbita alrededor de la trama principal, no hay una misión o secundaria que no tenga relación, aunque sea de manera tangencial, con el conflicto que puede destruir Santuario con lo que este siempre esta de telón de fondo en todo lo que estamos realizando en cada momento reforzando la idea de que pese a llevar 30 horas alejado de la misión principal todo lo que estamos haciendo en realidad esta sirviendo para cumplir nuestro objetivo.
Otro de los aspectos que brillan con fuerza en Diablo IV es Lilith. La hija del odio, es la protagonista indiscutible del juego. El personaje con mas carisma de la historia más adulta y oscura de toda la saga y de la cual no diré una sola palabra para no estropearos ninguna sorpresa. Solo os diré es la más cinematográfica de todas y que os deparará momentos que se os van a quedar grabados en la retina durante mucho tiempo. Pese a que el argumento principal lo iremos descubriendo conforme avancemos por los distintos actos de la historia, está es solo una parte de la historia de Diablo IV ya que por todo Santuario se esconde, como ya he comentado, una cantidad ingente de información extra en forma de notas que nos irán narrando los acontecimientos previos a la aparición de Lilith y los sucesos que lo precipitaron. Pero no toda la información nos será contada de la forma habitual si no que el mismo diseño artístico de Diablo IV forma parte de la narración de la historia. El diseño de los escenarios, de los personajes y de los enemigos nos contará de manera visual en que momento de decadencia se encuentra el mundo y la banda sonora cuenta con unas de las mejores composiciones orquestales que se pueden oir a día de hoy en un videojuego y como toda gran producción el juego llega perfectamente doblado y localizado a nuestro idioma.
Diablo IV es la vuelta por la puerta grande una Blizzard que creíamos que ya no existía. Una jugabilidad pulida a niveles insólitos, un acabado artístico inigualable y una historia de las que hace mucho tiempo que no disfrutábamos en un videojuego convierten a Diablo IV en el mejor de la saga y en una referencia a imitar dentro de la industria.
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