Si Pokémon formó parte de tu vida, este es tu libro.
Hay libros que se leen y libros que se viven. “Generación PKMN: Una vida en la hierba alta” pertenece sin duda al segundo grupo. No porque pretenda reinventar la rueda, sino porque entiende algo que muchos productos sobre Pokémon parecen haber olvidado: que antes de ser un fenómeno o un negocio, Pokémon fue (y sigue siendo) una experiencia vital. Israel Mallén lo tiene claro. No escribe como analista, ni como historiador, ni como enciclopedia humana: escribe como alguien que ha crecido con Pokémon en su corazón.
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Un viaje que empieza en Kanto, pero no terminó
El libro abre con una verdad incómoda: todos crecimos, y Pokémon también… aunque no siempre al mismo ritmo. Ese choque entre lo que fue y lo que ahora es marca todo el viaje. Mallén recorre la saga generación por generación, región por región, desde la pureza casi salvaje de Kanto hasta el caos estructurado de Paldea. Y lo hace con una mirada doble:
- la del niño que vivió su primer encuentro en la hierba alta como si el mundo fuese infinito.
- y la del adulto que observa con cariño… y también con frustración.
Porque el libro no es un masaje nostálgico. No tiene miedo a señalar errores, a recordar fiascos, a nombrar ese famoso momento en el que el Dexit nos quebró un poquito. Aquí no hay un “todo lo que hace Pokémon está bien”: hay honestidad.

Una narrativa de tres verbos: vivir, intentar, creer
En consonancia con una de las anécdotas contadas en el mismo, el corazón del libro está construido sobre tres ideas que funcionan como brújula emocional:
- Vivir Pokémon más allá de la consola: en recreos, en historias con amigos, en foros, en la imaginación de un chaval que fantaseaba con atrapar un Gengar de verdad.
- Intentar ser mejor: mejor entrenador, mejor jugador, mejor persona. Intentar entender a una franquicia que, a veces, parece no entenderse ni a sí misma.
- Creer que Pokémon aún puede sorprender. A pesar de los tropiezos. A pesar de las decisiones dudosas. A pesar de que, con la edad, la magia cambia… pero no desaparece.
Son verbos sencillos, pero resumen perfectamente el espíritu del libro: no es solo una revisión de juegos, sino una reflexión sobre lo que Pokémon significa cuando formas parte de esa generación que se crió con él.

Crítica sin rencor, nostalgia sin manipulación
Mallén es crítico, sí, pero nunca destructivo. Cuando señala problemas, lo hace desde el cariño de quien quiere ver mejorar a algo que ama. Y cuando recuerda tiempos mejores, no lo hace idealizando el pasado, sino poniéndolo en contexto. Es una nostalgia sana: no de la que dice “todo antes era mejor”, sino de la que reconoce que la magia cambia porque nosotros también lo hacemos. El equilibrio entre emoción y análisis está sorprendentemente bien conseguido.

Un libro que se disfruta con la vista y con la cabeza
Más allá del contenido, la edición es preciosa. Ilustraciones, diseño cuidado, tapa dura… No es simplemente un libro: es un objeto pensado para quedarse en la estantería de alguien que ama a Pokémon. Y eso importa, porque todo en él transmite la idea de que Pokémon es una vivencia estética además de jugable.
Impacto cultural: Pokémon como espejo generacional
Quizás lo más interesante del libro no es lo que dice sobre los juegos, sino lo que dice sobre nosotros. Pokémon no solo nos dio criaturas; nos dio lenguaje común, recuerdos compartidos, una forma de entender mundos fantásticos. Mallén reflexiona sobre cómo la saga ha acompañado cambios sociales, tecnológicos y personales. Sobre cómo ha pasado de cartuchos monocromos a mundos abiertos llenos de luces… a veces demasiadas luces. Su tesis es clara: Pokémon no es solo una saga. Es un hilo que conecta generaciones enteras.
Generación PKMN: Una vida en la hierba alta no pretende ser un manual, ni una guía definitiva, ni un ensayo académico. Y no lo necesita. Es un libro que se lee como se escucha a un amigo hablar de algo que ambos aman. Te hace sonreír, te hace cabrearte un poquito, te hace recordar por qué Pokémon te importó… y por qué sigue importando.
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